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EL CONEJO PASCUAL - CUENTO INFANTIL

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EL CONEJO PASCUAL
Hace mucho tiempo atrás vivían muy felices en una granja varios animales. Nadie sabía que la granja había sido vendida para construir una nueva urbanización.
Los dueños se marcharon dejando a los animales: el ganado fue enviado a otra hacienda, los rebaños de borreguitos, las recuas de caballos y el potrillo también, pero nadie se preocupó del conejo y las gallinas de los gallineros.
Máquinas enormes Vinieron a remover la tierra; el trinar de los pájaros se vio reemplazado por estridentes pitos de excavadoras y los grandes gritos de los trabajadores.
En esa situación, el conejo pensó que lo mejor era marcharse.
Se paró, movió sus largas orejas en todas las direcciones para poder detectar el peligro; luego, sentándose sobre sus patas traseras se limpió los bigotes y la carita. Al pasar frente al gallinero oyó:
-Oiga señor Conejo, ¿me dice a dónde va?
-Me voy en busca de otro lugar don Gallo. Aquí la vida se ha hecho imposible, llevo tres días sin comer y con ese ruido infernal mis orejas se están convirtiendo en abanicos.
Mientras, las gallinas se acercaban a escuchar la conversación.
-Qué barbaridad, a nosotros tampoco nos han traído la comida. Si esto sigue así perderé mi hermosa pechuga, y ni con ejercicios la podré recuperar, -se quejaba una gallina Blanca.
-Bueno, pues parece que lo único que podemos hacer, entonces, es marcharnos.
-dijo el conejo-. ¿Por qué no vienen conmigo y probamos suerte en otro lugar?
- Yo nací aquí, qué pena despedirme de este lugar.
Armando gran alboroto y en medio de plumas que iban y venían, salieron las gallinas. Se escuchaban varios comentarios:
- Vengan por aquí -gritó el conejo-, entremos.
Después de varias horas se encontraron en medio de un bosque.
- ¿Aquí nos quedamos? ¿Sin una buena cama de paja? ¿Sin agua corriente? -se quejaron las gallinas. Y así reclamaban al conejo que ya cansado contestó:
-Si ustedes pueden encontrar un lugar mejor en buena hora, yo me quedo aquí.
- ¿Buena hora? -decía el gallo-, ahora recuerdo que hoy no he cantado.
Y lanzó su mejor kikirikí. Esa fue la oportunidad para hacerse amigo de los animales del bosque, puesto que todos salieron asustados a ver qué pasaba.
Cuando el conejo contó la situación, muy amablemente, les acomodaron en el interior de un tronco caído. Pasó el tiempo y ya se habían acostumbrado a vivir en el bosque.
Descubrieron que no tenían las mismas comodidades de antes pero gozaban de entera libertad.
Pero alguien más descubrió algo.
Uno de los zorros que habitaban al otro lado del bosque vio a los nuevos habitantes y se lo contó a su tío.
- Tío, tío, he visto muchas gallinas en el claro. Gallinas gordas.
Seguro que habrá huevos, mmmmm -dijo relamiéndose el hocico.
El zorro se lanzó en medio de las gallinas. ¡Qué lío, qué escándalo!. Después de que se recuperase de algunos ataques de nervios las gallinas se callaron por un momento, dispuestas a escuchar al canela.
- Escuchen, por favor cálmense todos, tengo un plan. Los zorros van a volver, creerán que encontraron un supermercado gratis.
Quitaron los pétalos a las flores y empezaron a extraer colores, después, los conejos, usando sus colitas como pinceles, pintaron los huevos. Huevos pintados ¡qué tontería! ¿En qué ayudará eso?
- Ya verán, -dijo el conejo-.
Mandó un huevo a los zorros:
- Queridos amigos, en lugar de caernos de sorpresa les invitamos a que vengan y se lleven los huevos que deseen.
Allá fueron los zorros. Pero cuando llegaron hallaron un ambiente singular. Ninguna gallina corrió a su paso, ni gritó, ni se desmayó.
Más bien una de las jóvenes se acercó y guiñándoles el ojo le dijo:
-Lástima que seas viejo zorro en vez de pollo.
Esto trastornó a los zorros.
Llegaron donde se hallaba el conejo con una canasta de huevos de colores. Había rojos con rayas azules, verdes con puntos rosados, morados con manchas amarillas.
- ¿Qué clase de huevos son? -les preguntaron.
- ¡Pues son huevos mágicos, tienen poderes especiales! Quien los come adquiere el color de ellos. Hemos pensado que nos gustaría ver cómo serían los zorros morados con puntitos amarillos o azules a rayas -contestó una de las gallinas.
- ¿Sabes qué te digo sobrino? ¡Corramooos!
Así huyeron los zorros, no sea que les obligasen a probar los huevos mágicos.
Las gallinas y los demás animales del bosque celebraron allí la hazaña del conejo y como ese día era Domingo de Pascua, le pusieron de sobrenombre Pascual. Al conejo le gustó la idea y decidió que todos los años pintaría los huevos de pascua y como siempre les gustaron a los niños, los llevaría como regalo de pascua dejándolos escondidos entre las flores del jardín.
Si esta noche escuchas ruidos extraños no te asustes, será el conejo Pascual que te viene a dar las pascuas.
Edna Iturralde – Ecuador

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