25/10/2010

KIQUÍ, EL POLLITO QUÍ - CUENTO INFANTIL

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KIQUÍ, EL POLLITO QUÍ
Una vez había una gallinita muy gordita, tan gordita que su dueño la bautizó con el nombre de Pipita. Un día, ella amaneció bulliciosa y llenó el gallinero con un alegre y continuo cacareo:
-Cocorocó, cocorocó, cocorocó.
Sus amigas estaban contentas porque sabían que esa mañana vestida de luz, Pipita había puesto su primer huevo.
Después de poco tiempo, de ese huevo de queso y luna, salió un hermoso pollo blanco. Su mamá le puso el nombre de Kiquí. Lo llamó así porque el pequeñín, desde que rompió el cascarón, se pasaba todo el día repitiendo:
-Ki, ki, ki.
Sin duda, él quería aprender pronto esa canción colorada que cantaba su papá: "¡Kiquiriquíí, kiquiriquíí!".
Cuando el tiempo pasó, se entusiasmó al oír el fino tarareo de Kiquí y le regaló un lindo abrigo de plumas amarillas. Se lo dio como premio a sus esfuerzos por piar con elegancia el canto de sus abuelos. Pero el pollo, pese al regalo, no se sintió seguro y feliz. El chiquitín tenía una pena muy honda porque no podía aprender las notas de esa música tan antigua, aunque las llevaba muy dentro. Por ello, dirigiéndose a Pipita, se quejó:
-Mami, no puedo cantar como papi, no puedo. Es que yo oigo tantos ruidos en el campo y me confundo. Mami, cuando estoy repasando, unos dicen: miau, miau, otros: muu, muu o cua, cua y yo no sé cómo es mi canto.
- Ten paciencia -contestó Pipita- con tu dedicación y el amor a ti mismo estoy segura que triunfarás.
Así, animado por el cariño de su madre, Kiquí se decidió a vencer todas las dificultades y, en poco tiempo, ensayó su voz:
- ¡Kiquirimiau, kiquirimiau!
-No, no es así -gritó su madre un poco asustada-, ¡así no se canta!
- ¡Kiquirimiau!, miau dicen los gatos barbudos, esos que retuercen el viento cuando cazan ratones. Los gallitos cantan:
¡kiquiriquíí, kiquiriquíí!
El pollo siguió practicando las lecciones que le daba su papá y en sus cuadernos de col leía todos los días esas notas de grana.
Después, tras muchos repasos, otra vez lanzó su melodía:
- ¡Kiquirimuu!
-Calla, hijito, te van a oír los vecinos! -exclamó angustiada Pipita. y IIevándolo cerca del prado, le dijo:
- Kiquí, tú no has atendido las clases que te da tu papi, él jamás ha entonado un kiquirimuu. Muu hacen las vaquitas que siempre están comiendo esmeraldas junto al río.
Los gallitos cantan: ¡kiquiriquíí!
Los días pasaban y el pico de Kiquí crecía, su vestido de yema recién puesta ya se había llenado de brillantes colores. ¿Y su canto? ¿Quieren saber lo que pasó con su canto? Pues bien, durante ese tiempo, los mejores maestros del gallinero organizaron concursos de coros, dúos y solistas para perfeccionar el canto de los pollitos que lucirían mucetas de creta en la graduación del "kinder", y como Kiquí había participado en todos ellos, lleno de confianza regó su música en el viento:
- ¡Kiquiricua, cua!
-No, Kiquí, no canturrees así -le interrumpió su mamacita, y luego, con cariño le dijo:
- Kiquí, tu papi no canta ¡kiquiricua, cua! Cua, cua dicen los patos chiquitos cuando ríen sobre el sueño azul de la laguna.
Los gallos cantan: ¡Kiquiriquiií, kiquiriquiií!
El tiempo no se detuvo y una mañana, cuando el día recién se cubría de sol, las aves del gallinero despertaron alarmadas por un aletea continuo: era Kiquí tratando de subir a un palo alto y cercano.
- ¡Ese no es un lugar para gallos! -le gritaron. Y tenían razón.
Todos sabían que allí, en el pizarrón del viento, el loro Coquito dibujaba sus piruetas de plumas.
Pero Kiquí no le hizo caso y siguió intentándolo hasta que llegó a la parte más alta. Allí, con pasitos y modales de gran señor, dio unas vueltecitas luciendo el orgullo en su pecho.
Sus vecinos lo miraron extrañados.
De pronto, Kiquí se detuvo, arregló graciosamente su sombrero de amapola, hizo una venia muy cortés y desgranó su canto:
¡Kiquiriquiií, Kiquiriquiií!
Las notas se escucharon armoniosas. Parecía que el día cantaba su victoria. Pipita estaba emocionada:
- ¡Bravo Kiquí, ya sabes cantar como tu papá!
- ¡Bravo! -gritaron las otras y demostraron su regocijo batiendo sus alas en aplausos de colores.
Después, el gallo más viejo de todos llamó a Kiquí, y cuando el gallito vino, en su pescuezo lustroso le colgó una hermosa cinta de hierbas que decía, en letras de maíz: ERES EL MEJOR DESPERTADOR DEL GALLINERO.
Kiquí estaba feliz y seguro, no sólo por lo que había alcanzado, sino porque un gozo antiguo recorría su cuerpo y le hacía sentir un gallito.
Desde ese día, con nueva ilusión, Kiquí esperó a las mañanas para coronarlas con el rubí de su canto:
- ¡Kiquiriquiií, kiquiriquiií! y colorín colorado, el esfuerzo de Kiquí ha triunfado por su amor y el de mamá.
Renán de la Torre – Ecuador

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