16/10/2010

EL TREN Y LA LUNA - CUENTO INFANTIL

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EL TREN Y LA LUNA

Era un tren muy antiguo que todavía tenía fuerzas para tirar de un vagón chiquitito. Hacía el viaje a diario de Villabaja a Villalta con el sol y de Villalta a Villabaja con la luna y durante el viaje iba cantando:
- POCO A POCO, POCO A POCO, POCO A POCO, POCO A POCO...
Al tren se subía Quincho, el encargado de la cantera; el señor Buscaplanas, que en verano y en invierno, con solo con nubes, se iba a buscar setas; la Tomasa, que cada día llenaba el cántaro en la fuente a medio camino, e Isidro, el maquinista, con su bigotazo y su gorra, y que era tan viejo como el tren.
El tren se para en la fuente, cansado de tanto resoplar, reposa. Y la Tomasa llena su cántaro. Llegan a Villalta e Isidro, el maquinista, les dice como cada día:
-Cuando anochezca, nos vemos. Y va pasando el día y anochece, y el tren empieza a cantar:
-POCO A POCO, POCO A POCO ...
Pero hoy, a medio camino, apaga su luz, de repente deja de cantar, se detiene Isidro, el maquinista, está muy preocupado, le da un trago de agua fresca, le llena la panza hasta arriba de carbón. Pero, nada, el tren no arranca.
- ¡Nunca nos habías hecho esto! -le echa en cara Isidro.
Isidro, el maquinista, apurado, se tumba bajo la panza del tren, le engrasa bien los ejes con aceite del bueno, revisa las vías, pero el tren sigue sin ponerse en marcha.
- A lo mejor es que tiene el cristal empañado -dice, para ayudar, el señor Buscaplanas.
Isidro, el maquinista, coge un trapo de algodón y frota que te frota, hasta que no deja en el cristal ni una pisadita de mariposa. Pero, nada, el tren, quieto.
- ¡No nos puedes dejar aquí plantados! -le riñe.
- ¿Y si lo empujáramos un poco? -dice para ayudar Quincho. Y ¡hala!, todos a empujarlo. y el tren, nada, no se mueve, ni un paso de liebre, ni un pasito de pulga.
Es una noche negra como boca de lobo.
- Estos trenes viejos son como niños chicos, a veces tienen miedo. -dice para ayudar la Tomasa.
¡Si lo sabrá Isidro! y saca el farol y le enseña la vía.
Pero el tren, ni caso. Isidro, el maquinista, preocupado de verdad, se sienta en los escalones y esconde la cara entre las manos.
- Nosotros vamos a bajar a pie -le dice Quincho dándole una palmada en la espalda. y los viajeros se van por la vía como una procesión de luciérnagas.
- Está oscuro. No ha salido la Luna, y las estrellas tienen que ir a tientas.
- Hoy te ha dado por esconderte, LUNA LUNERA -dice Isidro, el maquinista.
-A esperar toca. Pero como tardes mucho llegará una máquina reluciente, moderna y rápida, se llevará el tren a rastras y nunca más lo dejarán viajar.
Isidro, el maquinista, se quita las manos de la cara porque, entre los dedos, se le ha colocado un resplandor blanquísimo, levanta la cabeza y ve la Luna, más gorda y más blanca que nunca.
La Luna se sonríe y, medio dormida vuela por encima de las nubes de los montes, de los árboles...
Baja lentamente, se cuela dentro de la luz del tren. Y el tren, viejo y achacoso arranca al fin cantando:
- POCO A POCO, POCO A POCO, POCO A POCO, POCO A POCO...
M. Ángeles Bogunyá

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